Parece al principio un sinsentido, una asociación forzada en la lógica humana. Sin embargo, al detenernos observamos asombrados cuántas similitudes tenemos con esos objetos silentes y olvidados que son los libros.
El hombre tiene un nacimiento, proviene de unos progenitores creadores que han soñado previamente con esa criatura. El libro tiene un autor que acaricia previamente el sueño de un contenido para divulgar y recrear con otros congéneres.
El hombre nace en un entorno controlado para regir adecuadamente sus primeros momentos de vida, y el libro ve la luz en una editorial que cuida y esmera su presentación y contenido para ser atractivo y estimulante a los lectores.
El hombre goza desde el inicio de una identidad, su nombre, éste le sitúa en una individualidad dentro del planeta, bien, el libro también goza de un título que es registrado y único dentro del mercado editorial, y que le configura dentro de su género y estilo.
El hombre comienza su historia en el tramo de la infancia, el libro comienza su narrativa con la presentación. El hombre continúa con una vida cuajada de acciones, unas positivas y otras no tanto, el libro prosigue con una trama maravillosa y estimulante. El final del hombre y del libro es el cierre de esa individualidad; uno acaba abrazando la muerte y el renacer a una vida eterna, y otro acaba con la contraportada y el posible destino de la estantería olvidada o el anhelo de una mano deseosa de releer.
El hombre jalona su vida día a día, en este devenir monótono acontecen hechos, sentimientos e ideas. El libro toma cuerpo con cada una de las páginas que componen la historia, y en cada una de ellas existen imágenes, sueños, sentimientos y todo ello relatado con ideas.
El hombre es protagonista junto con otros semejantes de la trama de su vida. El libro tiene además de su trama un conjunto de actores que llevan a efecto la trama y el desenlace.
Al hombre no le gusta ser maltratado, ni humillado, siente miedo al dolor y necesita ser rescatado, ayudado y puesto en reposo si está afectado por una dolencia. El libro necesita ser cuidado y respetado desde su estructura hasta su trato. Hemos de cuidar sus pastas, no hemos de arrugar sus hojas, ni dañar sus palabras o imágenes con tachaduras.
El hombre tiene días tristes y alegres, el libro tiene páginas divertidas y otras nostálgicas y oscuras.
Existen libros de muchos tamaños y grosores, tantos como variedades estéticas y corporales dentro de los hombres. No nos atreveríamos a decir que un libro gordo es peor que uno más delgado, de la misma manera no podemos decir que un hombre es peor que otro sólo por su complexión.
Existen cuentos, novelas de terror y de aventuras, así como vidas de princesas y modelos, vidas desgraciadas y vidas plenas de viajes e incertidumbres.
Existen libros muy cortos e interesantes, del mismo modo que hay vidas de hombres que se truncan a una edad demasiado temprana. Otros libros son extensos y más monótonos, como la larga vida de una persona anciana que ya ha llegado a la monotonía de los días.
El final de este artículo está, deliberadamente, abierto. El lector lo cerrará en su interior, quizás con un último recuerdo para aquel libro (SU LIBRO, con mayúsculas) que es el libro de SU VIDA.