Ya podéis ver en YouTube el vídeo con la entrevista de César Vidal a Pilar Muñoz en Libertad Digital TV, el pasado 24 de mayo. El tema abordado en esta intervención fué la Psicología de las Masas, en relación con los recientes movimientos que se han producido en varios países, incluida España. Durante la entrevista, Pilar Muñoz expuso los principios de Psicología Social que explican la aparición y desarrollo de estos movimientos de masas, analizando su relación con otras dimensiones psicológicas del ser humano (individual, cultural, evolutiva, etc.)
En el blog de Gabinete Tándem publicamos artículos de divulgación, consejos y orientaciones psicopedagógicas, y recomendaciones de libros y películas, basados en nuestra experiencia en diagnóstico e intervención en psicología infantil y de adultos.
sábado, 28 de mayo de 2011
La Psicología de las Masas - César Vidal entrevista a Pilar Muñoz en Libertad Digital TV
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Porque no Sabéis ni el Día ni la Hora ...
Vivimos en un entorno global inseguro e impredecible que modela nuestro cotidiano sentir interior. Este nuevo equilibrio psicológico se caracteriza por la sensación generalizada de incertidumbre y la conciencia de vulnerabilidad.
Lo que hace que nuestras circunstancias actuales sean diferentes es que, en los últimos 30 años, muchas de las fuerzas destructivas que durante siglos arruinaron nuestro sentido de seguridad han sido, en gran medida, minimizadas por el progreso de la ciencia y la evolución sociopolítica de la Humanidad. Como consecuencia de estos avances (no sólo científicos), hoy la mayoría de las personas esperan poder programar razonablemente su futuro y vivir una vida segura, satisfactoria y completa.
El Dr. Trujillo, tras los atentados del 11-S, ha calificado al S. XXI como la “era de la vulnerabilidad”. En concreto, si al hecho del terrorismo desigual unimos a los sucesivos desastres naturales de consecuencias devastadoras, obtenemos esta vulnerabilidad que es sentida y percibida por sociedades antes bien asentadas en cuanto a proyecciones de futuro y seguridad comunitaria.
El sentido de futuro está muy arraigado en los seres humanos. En cada momento pensamos lo que vamos a hacer en los siguientes momentos de nuestra vida. Cuando somos pequeños nos proyectamos en ser adultos, y cuando ya hemos llegado, nos proyectamos en cómo garantizar y velar por la vida de nuestros jóvenes o nietos.
Un objeto que evidencia esta preocupación organizativa es el calendario, o los almanaques y agendas que utilizamos para gestionar el devenir y para proyectar nuestras ilusiones y afanes en tiempos venideros, con la “certeza” de que la materialización de dichas ilusiones dependerá sólo del paso del tiempo y de nuestras fuerzas. Casi nunca contamos con incidencias azarosas. Nuestros planes, ilusiones y expectativas se alimentan de la esperanza, la cual es el pan del alma.
Las personas albergamos dos clases de esperanza: una general, más difusa y en relación con nuestras creencias y fe, y otra más concreta y a corto plazo, materializada en nuestra fuerza de voluntad día a día para conseguir unos objetivos propuestos.
Los individuos esperanzados, cuando se enfrentan a un desastre o a un infortunio, tienen mayores probabilidades de supervivencia y de éxito por su propio tejido de personalidad, al anticipar que van a encontrar una solución válida, por lo que perseveran con más tesón. Mientras que los individuos más negativos pierden el sentido de futuro y pueden verse arrastrados por las circunstancias.
En la actualidad, nuestra sensación general de seguridad es bastante precaria. Diariamente, los medios de comunicación nos bombardean con noticias de calamidades ante las que nos sentimos impotentes. Especialmente perturbadora es la sospecha de que ciertos dirigentes, ayudados por algunos medios de comunicación, puedan estar fomentando el miedo colectivo, con el fin de estimular el espíritu de uniformidad conformista o conseguir el apoyo ciego a “medidas protectoras excepcionales”. Siendo estas medidas, muchas veces, oportunidades restrictivas en libertades civiles. Este tipo de sospecha sobre el posible manejo de la población por parte de algunos líderes políticos desencadena inestabilidad e indignación.
Todas estas circunstancias sociales, y los pensamientos contraproducentes que conllevan, hacen que nos sintamos física y emocionalmente frágiles, aprensivos, como si nuestro plan de vida pudiese borrarse de un día para otro. El inconveniente de esta vigilancia continua nos impide relajarnos, interfiere en nuestra capacidad de relacionarnos, de funcionar laboralmente y de disfrutar de nuestro ocio. También afecta a nuestro sistema inmunológico, y nos predispone a sentir dolencias físicas o emocionales,
La sensación de que controlamos razonablemente nuestra vida cotidiana es también un componente esencial de nuestro equilibrio emocional, pues alimenta la confianza en nosotros mismos y nuestras facultades.
La difusión por parte de los medios de información de los desastres naturales o de las consecuencias del terrorismo o las guerras en directo, hace que el impacto y la respuesta global sea más invalidante que cualquier vivencia en directo. El ser humano se pone en transmisión vicariante con la víctima, pudiendo sentir y pensar de igual modo aunque se encuentre a cientos de kilómetros del conflicto.
La conciencia de vulnerabilidad está alimentada por el miedo a lo imprevisto y desconocido. Se trata de un miedo indefinido, latente e incómodo, que nos roba la tranquilidad, nos hunde el ánimo, y nos transforma en caracteres aprensivos, suspicaces, irritables, asustadizos, tímidos y distantes. Este miedo no sólo nos afecta a nivel individual, sino que se extiende a nivel comunitario.
Si este miedo debilitador perdura, termina secuestrándonos en una nube que nos paraliza. Una vez que nos sentimos presos de la angustia y la impotencia, también vemos minada la capacidad de pensar con claridad y de tomar decisiones
Todos nos adaptamos constantemente a los cambios de nuestro cuerpo y de nuestro entorno. Por ejemplo, los niños que han sufrido secuelas físicas o emocionales, en menos de 5 años pueden recuperar el mismo nivel de satisfacción que antes de lo ocurrido. Está demostrado que nos habituamos mejor a sucesos que esperamos, que a los imprevistos.
Ante cualquier infortunio, el grado de adaptación siempre es personal, y también depende de la intensidad del desastre y del significado que le demos. Así, el grado individual de adaptación que tenemos para afrontar un desastre dependerá de tres factores:
1.- El instinto de supervivencia – Así nacemos
2.-Aspectos adquiridos que configuran nuestra manera de ser – Según nos hacemos.
3.-Estrategias que hayamos aprendido – Tal y como aprendemos
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Editorial del programa "Contamos Contigo" sobre la Muerte Inesperada
Vivir lleva aparejado, casi inevitablemente, el deseo de vivir. Puede parecer una perogrullada, pero no podríamos vivir, seguramente, sin querer seguir viviendo. Incluso aquellos que podemos estar, por razones religiosas, menos preocupados por la idea de la muerte, para ser sinceros, no tenemos ninguna prisa por pasar a la vida eterna o al purgatorio.
Quizá por ellos, tenemos, desde que nacemos, la idea falsa, pero firmemente asentada en la mente, de que hemos de vivir mucho, todo lo posible, incluso especulamos, inútil y estúpidamente, sobre los años de vida que aún tenemos por delante teniendo en cuenta que, lo más probable, es que vivamos hasta los 80, 90 o 100 años.
Venimos al mundo sin nada, y desde luego sin un contrato de permanencia que nos vincule a este mundo por equis tiempo. Venimos cuando Dios quiere y nuestros padres lo deciden, y nos vamos cuando la Providencia encuentra un sitio mejor para nosotros. Así de fácil pero de compleja es la cosa, por mucho que nos cueste aceptarlo.
Cuando ocurre una desgracia natural, un terremoto, un tsunami, la erupción de un volcán o una tormenta tropical (hechos casi siempre inesperados), es cuando mejor observamos la resistencia natural que el ser humano tiene a dejar esta vida. La muerte nos parece entonces especialmente injusta, y establecemos extraños criterios según los cuales es a otros a quienes les correspondería morir antes que a nosotros o a los nuestros.
Sólo algunas sociedades, familiarizadas con la idea de la muerte por sus ancestros, reaccionan con una madurez y entereza que nosotros definimos erróneamente como "frialdad" o incluso "falta de humanidad". A los ibéricos o mediterráneos nos parece que lo verdaderamente humano es lanzar alaridos de alto voltaje cuando la desgracia llama a nuestra puerta y aparece la innombrable con su guadaña.
Qué distintas algunas estampas de Japón y de Lorca, a pesar de que la Muerte se hizo especialmente presente con mayúsculas en el país nipón. Los vecinos de Fukushima respondían a los periodistas, después de haberlo perdido todo y de no saber si iban a estar vivos al día siguiente, con la entereza y la serenidad que dan la asunción serena de que estamos aquí para morir. Nuestros compatriotas, en cambio, pedían tras el reciente terremoto murciano, respuestas que nadie tiene a preguntas imposibles de responder.
La vida terrena es un viaje maravilloso que hay que disfrutar y, sobre todo, aprovechar para ser cada vez mejor. Y vivir sin miedo, tampoco a la muerte, es no sólo la mejor forma de hacerlo, sino también la que más nos acerca a la vida eterna.
Quizá por ellos, tenemos, desde que nacemos, la idea falsa, pero firmemente asentada en la mente, de que hemos de vivir mucho, todo lo posible, incluso especulamos, inútil y estúpidamente, sobre los años de vida que aún tenemos por delante teniendo en cuenta que, lo más probable, es que vivamos hasta los 80, 90 o 100 años.
Venimos al mundo sin nada, y desde luego sin un contrato de permanencia que nos vincule a este mundo por equis tiempo. Venimos cuando Dios quiere y nuestros padres lo deciden, y nos vamos cuando la Providencia encuentra un sitio mejor para nosotros. Así de fácil pero de compleja es la cosa, por mucho que nos cueste aceptarlo.
Cuando ocurre una desgracia natural, un terremoto, un tsunami, la erupción de un volcán o una tormenta tropical (hechos casi siempre inesperados), es cuando mejor observamos la resistencia natural que el ser humano tiene a dejar esta vida. La muerte nos parece entonces especialmente injusta, y establecemos extraños criterios según los cuales es a otros a quienes les correspondería morir antes que a nosotros o a los nuestros.
Sólo algunas sociedades, familiarizadas con la idea de la muerte por sus ancestros, reaccionan con una madurez y entereza que nosotros definimos erróneamente como "frialdad" o incluso "falta de humanidad". A los ibéricos o mediterráneos nos parece que lo verdaderamente humano es lanzar alaridos de alto voltaje cuando la desgracia llama a nuestra puerta y aparece la innombrable con su guadaña.
Qué distintas algunas estampas de Japón y de Lorca, a pesar de que la Muerte se hizo especialmente presente con mayúsculas en el país nipón. Los vecinos de Fukushima respondían a los periodistas, después de haberlo perdido todo y de no saber si iban a estar vivos al día siguiente, con la entereza y la serenidad que dan la asunción serena de que estamos aquí para morir. Nuestros compatriotas, en cambio, pedían tras el reciente terremoto murciano, respuestas que nadie tiene a preguntas imposibles de responder.
La vida terrena es un viaje maravilloso que hay que disfrutar y, sobre todo, aprovechar para ser cada vez mejor. Y vivir sin miedo, tampoco a la muerte, es no sólo la mejor forma de hacerlo, sino también la que más nos acerca a la vida eterna.
Esta entrada recoge el editorial de la emisión de "Contamos Contigo" del 21 de mayo. Ha sido elaborado por Rafael Nieto-Aliseda Causo, Director de "Contamos Contigo" y colaborador de nuestro blog.
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domingo, 22 de mayo de 2011
Los Grupos Psicopáticos
Los psicópatas no existen sólo en las películas de suspense o de terror, sino que están presentes en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Hoy se sabe que, en términos estadísticos, uno de cada cien mil individuos tiene rasgos psicopáticos. Posiblemente, no pocos de nosotros tendremos un familiar, un compañero, o un conocido afectados por este trastorno, aunque no lo sepamos.
Pero no sólo hay individuos psicopáticos, sino también grupos psicopáticos. Son grupos de personas que, en conjunto, se comportan frente a los otros grupos y frente a la sociedad en general como auténticos psicópatas, exhibiendo todos los rasgos de la psicopatía. Las organizaciones terroristas son el más claro ejemplo de grupo psicopático.
La opinión pública es que la psicopatía es sólo criminal. Esta creencia, muy comúnmente aceptada, es un desconocimiento muy inconveniente para desenmascarar a los más peligrosos sujetos que incapacitan la marcha de la sociedad: los psicópatas en apariencia integrados.
El psicópata es el individuo o grupo que desafía a todos y que quiere hacer su voluntad a toda costa, sin importarle en absoluto el daño causado a los demás. El peligro de nuestras sociedades garantistas es considerar la psicopatía individual o grupal como algo raro y propio del cine negro o de la industria del entretenimiento. De esta manera, los sujetos que poseen características psicopáticas pasan inadvertidos y pueden operar con total impunidad. Aunque la sociedad, eso sí, registra de modo impactante las secuelas de sus crueles acciones.
¿Cómo es un individuo o grupo psicopático?
Son grupos o individuos que tienen inhibidos sus emociones y sentimientos hacia el grupo o individuo exógeno (las víctimas). No reconocen otra “ética” que la propia, estando pues libres de frenos para aprovechar sus ventajas o fuerzas a fin de obtener bienes o posiciones de privilegio. Se arrogan el derecho a inculcar cualquier ley porque se consideran por encima de todo valor social, y destruirán cualquier impedimento que coarte sus objetivos.
Existen un término que aplica Meloy, denominándolos “estúpidos morales”, puesto que no se vinculan nunca al dolor y sufrimiento que dejan sus acciones en los demás. Literalmente, no ven el dolor que causan en sus víctimas.
Los individuos o grupos psicopáticos tienen apariencia normal, porque nos fijamos en sus intenciones verbales y no en sus acciones, ya que tenemos la necesidad de creer que forman parte de nuestro entorno social. El resultado es que se convierten en una grave amenaza para nuestra estabilidad social, para nuestras finanzas, y en ciertos casos, para nuestras propias vidas.
Dos características del entorno grupal psicopático son el ocultamiento y la simulación; en particular, la capacidad de fingir lo que no se es (por ejemplo, ser democráticos), o de aparentar propósitos y emociones que no se poseen. Una vez el grupo psicopático alcanza una posición de poder e influencia, pone de manifiesto una energía renovada e inusitada para su faceta más brutal y endogámica: obtener el dominio y el control de su entorno acosta de lo que sea.
Rasgos de los grupos psicopáticos
Control de la imagen: Buscan convencer y encandilar a aquellos sujetos que les pueden proporcionar una situación beneficiosa, y para ello utilizarán la mentira, el engaño y la impostura. Suelen confundir con facilidad si no hay observadores entrenados. A menudo relatan historias y proyectos que les dejen en buen lugar y que les permitan una ventana de éxito en el futuro.
Las emociones y la conciencia: Los grupos delictivos tienen ausencia de culpa, junto con falta de remordimientos por las acciones cometidas a sus víctimas. Es inútil pedirles responsabilidades, puesto que no reconocen a los otros como iguales a ellos, sino como inferiores y el blanco de sus propósitos. Se presentan como fríos y excesivamente racionales.
Falta de sentido común: Es muy característico un discurso excesivamente fanático, pero sus objetivos están alejados de la realidad, no tienen perspectiva del futuro. Su sentido vital es el deseo de superioridad frente al resto.
Conducta antisocial o delictiva: Su extrema facilidad para la violencia y la burla de las leyes es una constante. Son sujetos entrenados para canalizar su rabia intensa en la destrucción de la víctima, y pierden fácilmente la compostura cuando se encuentran frenados por el sistema que aborrecen (por ejemplo, terroristas frente a magistrados)
La impostura: Según el diccionario, “impostor” es aquél o aquellos que se hacen pasar por lo que no son. Se presentan ante el grupo víctima con el deseo de aparentar competencia y servicio, cuando en realidad utilizan la credulidad del sistema para sus propios fines depredatorios. El grupo psicopático no finge ser otro grupo diferente, puesto que sería muy evidente, sino ser un grupo mejor de lo que es, puesto que esto sí es creíble, e incita a la duda del cambio y de la nueva oportunidad. Esto es una trampa mortal para las víctimas. Utilizan una máscara sólo de modo temporal, de forma accesoria, mientras les hace falta y les conviene.
Desprecio a la inteligencia de la gente: El grupo psicopático se entroniza como superior y con más valía que sus víctimas, tratándoles como seres inferiores y merecedores de su impostura.
Desprecio por lo emocional: Cualquier apelación a los sentimientos y rastro de dolor hacia sus víctimas lo consideran un sentimentalismo barato y de orden inferior a sus elevadas metas.
Ausencia total de culpa: No poseen arrepentimiento real, y no lo harán nunca público, salvo si lo exige la manipulación. En su lugar aparecerá una nueva manipulación, con un círculo más refinado de seducción y vuelta de tuerca para conseguir la credulidad de su entorno.
Indicadores del grupo psicopático.
- Haber cometido anteriormente hechos violentos con varias personas
- Justificar y aprobar la violencia como modo de solucionar los problemas.
- Abuso de sustancias o tráfico de las mismas para conseguir mantener una posición de fortaleza
- Tener cambios bruscos de pareceres como mesetas de recomposición de la situación contra la víctima
- Conductas de humillación y desprecio verbal: exclusión social, rechazo manifiesto al grupo mayoritario
- Ser posesivo y fanático en sus planteamientos, en este caso territoriales
- Tener dificultad para reconocer que otros pueden tener razón.
- Tener ideas delirantes de persecución o falsa memoria que les justifique en su violencia.
- Despreocupación por los intereses y necesidades de los demás.
- Aislar o debilitar mediante la separación o la desunión a las víctimas o al gran grupo.
- Acosar, perseguir, amenazar y espiar
Qué hacer para luchar contra el grupo psicopático.
- Las víctimas han de recordar cuáles son las metas propias y cuáles las del grupo de terror, diferenciarlas y oponerse a ellas.
- Ha de analizarse sin emotividad cuáles son las motivaciones reales del grupo psicopático para ejercer la violencia: es el poder o la conquista de mayores beneficios.
- Ha de valorarse si se trata de una violencia instrumental o emocional, para así poder anticiparse mejor a los deseos y mensajes ocultos de la violencia.
- Las víctimas han de identificar los modos en los cuáles podría entorpecer y anular el grupo de terror al grupo mayoritario: el asesinato, la manipulación ideológica, la impostura.
- Estudiar los recursos que tiene la sociedad para anular y perseguir a estos grupos o individuos: justicia, movilizaciones, confrontaciones, economía.
- Elaborar un plan conjunto de actuación y ponerlo en práctica.
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lunes, 2 de mayo de 2011
Sueños de Princesas y con Princesas
Durante las últimas semanas, a raíz de la boda real entre el Príncipe Guillermo y Kate Middleton, nuestra sociedad se ha visto inmersa de nuevo en el “mundo de las princesas”. En particular, en el caso de las mujeres, se han visto expuestas a este fenómeno social, cuya influencia puede llegar a modelar en ciertos casos sus objetivos e ilusiones personales.
Las niñas en la segunda infancia, entre los 8 y 12 años, a menudo poseen un pensamiento mágico. En base a este pensamiento, albergan mundos cerrados, perfectos, donde sólo existe el placer, el disfrute y la expansión del ego. Las manifestaciones más externas son sus objetos de referencia: colores rosa, brillos, “barbies”, idealizaciones inalcanzables de belleza, y disfraces de princesas o iconos de moda con éxito. Sus proyecciones vitales pasan habitualmente por una lógica muy concreta y un estilo mental rápido e inmediato, sin más investigación o especulación acerca del mundo idealizado.
En las adolescentes, entre 13 y 17 años, predomina cierta rebeldía, que pasa por la identificación de modelos más transgresores. Sin embargo, en lo relacionado con el “mundo de las princesas”, lo que destaca es la añoranza de la riqueza y saciación objetal. El pensamiento es más abstracto y les capacita para valorar las ventajas e inconvenientes de tal mundo de hadas. Enculturizadas en las sociedades de consumo, en ocasiones ven una boda real o un noviazgo con un ídolo como la solución vital a toda su existencia. El monoanálisis de una sola de sus variables (la posesión), anula e impide valorar los inconvenientes que devienen de estatus elevados.
Las mujeres jóvenes, entre 18 y 30 años, pueden generar una frustración momentánea en sus vidas, valorándose como inferiores y con grandes inconvenientes respecto a la modelo presentada. Se preguntan qué condiciones externas o internas tendrá la candidata y que ellas no han sido capaces de desarrollar. ¿Dónde estará la base de su éxito?. En lo físico, en lo social, en lo académico, o en la ruleta del azar. Estos pensamientos fugaces les sitúan en planos de fantasía y les alejan de modo peligroso de su realidad y de su singladura vital. Se pueden quedar “enganchadas” a todo un escenario estimular visual: trajes, carrozas, alfombras y coronas.
Finalmente, las mujeres adultas, de 30 a 55 años, revisan su vida (a veces con nostalgia), ponderando muchas veces lo que pudo haber sido y no fue. Realizan un balance interior, quizás demasiado rápido y fugaz en ocasiones, con resultado agridulce respecto a su vida y elecciones personales. Entran a veces en territorios fantasiosos de su posible vida en un entorno idealizado, de cómo hubiera sido su devenir, incluso su aspecto dentro de ese mundo mágico y soñado. Cada modelo o cada pareja les permite una añoranza personal y una vivencia en directo de ellas mismas en el entorno visualizado. Se eligen estos modelos y personajes en función de la personalidad de la observadora.
Las mujeres mayores, en caminos de senectud, tienen una vuelta ácida y crítica a la realidad: observan la vejez y los inconvenientes de los personajes de ese mundo idealizado y los vuelven más humanos y cercanos a la realidad de ellas. Por ejemplo, observan la vejez de la reina de Inglaterra, sus canas, sus andares cansados, similares a los de ellas. Comprueban cómo los modistos o los cirujanos no invalidan el paso del tiempo en Camila o en la reinas marchitas europeas. Todo esto completa un círculo muy interesante de realidad, y con espíritu crítico se aferran y gozan de su propia existencia, valorando equitativamente su mundo real frente al hipotético proyectado en la TV.
En todas ellas se da el aprendizaje vicariante. Es decir, se exponen frente al modelo, se presta atención a él, se retine la conducta a imitar y luego en diferido se muestra. Dónde: en las celebraciones personales, en los actos de encuentro social donde nos gusta que nos sitúen en un estatus de preferencia.
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