Vacacionar no significa en modo alguno viajar, ni mucho menos gastar. Vacacionar conlleva cambiar el ritmo ajetreado y rutinario, laboral o doméstico, por un período de mayor quietud, reposo, reflexividad y tiempo placentero para nosotros y para nuestro entorno.
El concepto de vacacionar, como tantos otros, ha sido subvertido de modo intencionado para tener aún más cautivo a un mercado consumista. Esta vez a todos los niveles: familiar, individual y grupal. Todos anhelamos (y a todos nos hacen anhelar) las vacaciones, pero no el reposo, sino la actividad, el cambio y el viaje.
Analicemos las variables sociológicas y psicológicas que inciden de modo negativo en el concepto “progre” y “moderno” de vacaciones.
La sociedad del bienestar es una sociedad insatisfecha.
Hemos pensado que al alcanzar altas cotas de tecnología el hombre disfrutaría de mayor tiempo libre y de mayor autorrealización. Esto no sólo no es verdad, sino que además el ser humano tecnificado paga el peaje de esta falacia. Por ejemplo, el estrés y el aumento del tiempo en transportes muy tecnificados pero abarrotados o con deficiencias humanas (como las huelgas). Otro ejemplo: el altísimo nivel tecnológico del que disponemos hoy en día para las comunicaciones, y sin embargo, la sensación permanente de incomunicación con los más cercanos, mientras que idealizamos las comunicaciones virtuales o a gran distancia.
La falta de tiempo para el reposo y la carencia de verdadera Comunicación (no comunicaciones) las intentamos aplacar con compras y viajes, con alto contenido compulsivo y de consumo. En estos casos, se genera una alta expectativa en el objeto (viaje o bien material), se ponen todas las energías en marcha, se ejecuta el plan, y el resultado nunca colma las expectativas porque son objetales en vez de personales, perpetuándose el círculo vicioso de ansiedad y liberación de la misma con el consumo y el viaje estresante.
Posiblemente hayan oído hablar de la “Pirámide de Maslow”, un modelo psicológico para explicar las diferentes necesidades que el ser humano aspira a cubrir en su vida, ordenándolas de más a menos inmediatas e imprescindibles. Pues bien, es muy ilustrativo medir con este modelo las “necesidades” que se plantea el hombre actual:
- Los seres humanos, una vez cubiertas sus necesidades fisiológicas (las más perentorias, como comer), intentan colmar sus necesidades de seguridad.
- Ya satisfechas éstas, se busca cubrir las necesidades de afecto y amor. Aquí empieza a tener problemas el hombre tecnológico actual, que vive relaciones demasiado superficiales y rápidas, generando una angustia vital y una nueva idealización de parajes y personas idílicas.
- Acto seguido, el ser humano aspira a cubrir sus necesidades de estima, que vendrían dadas por la reflexividad de su nominación, individualidad y originalidad. Estas características son eliminadas en sociedades de pensamiento único y acción dirigida por la “madre nodriza” que es el consumo.
- La última posición de la pirámide de Maslow, la actualización de sí mismo ( implicando reflexividad, reposo, responsabilidad, revisión y balance existencial), es incompatible con los criterios de mercado que te envuelven en burbujas estresantes y de bienes, sin poder conseguir la auténtica sensación placentera del reposo y el placer de tener control sobre el tiempo y la actividad del ser.
El estrés como epidemia.
El estrés es una sobrecarga que momentáneamente el organismo asume, acelerando ritmos, y que mantenida en el tiempo puede causar múltiples disfunciones de los sistemas orgánicos y psíquicos. Una forma moderna de estrés, inherente a lo que ahora se entiende como “vacaciones”, es el nuevo estrés del ocio.
Como vivimos en una sociedad muy anticipatoria, que vive más proyectada en el futuro que en el presente, muchas personas pasan mal el domingo pensando ya en el lunes, previendo que tienen que incorporarse al trabajo. De esta forma, rebajan el disfrute el día festivo y pasan mejor día el laboral, puesto que imaginativamente se han proyectado con ansiedad en dicho día laboral, perdiendo así unas horas maravillosas y únicas para el reposo y el deleite del presente.
Esta ansiedad anticipatoria, característica de sociedades muy tecnificadas, nos impide disfrutar más y mejor de la vida. El posible bienestar presente no se disfruta porque está en peligro de perderse. Al vivir anticipadamente, algún suceso insatisfactorio que ocurra durante el período vacacional planificado concienzudamente puede ser muy frustrante, puesto que la persona tenía una idea muy fija y unas expectativas muy altas e irreales de sus vacaciones.
Durante los momentos de ocio algunas personas llegan al punto de no disfrutar de la actividad que tienen en ese momento, porque ya se están anticipando y degustando la que van a realizar después. Al pasar tan rápidamente de una actividad a otra, y con tanta avidez, ellos mismos se impiden alcanzar un disfrute pleno y un relax auténtico. De este modo, se escapa entre sus manos el placer debido a la búsqueda abusiva y desordenada del mismo.
Sociedades meteóricas.
La sociedad actual se muestra una fan de la modernidad, encontrando en la pantalla y en el hiper del consumo un hábito espontáneo. Para las sociedades neuróticas e inmaduras, lo reciente simboliza la posibilidad de liberarse de lo conservador y de lo natal, puesto que son los progenitores del aburrimiento y el detenimiento.
La sociedad en pleno tiene pánico al aburrimiento; es decir, al tiempo sin organizar, sin movimiento meteórico. Esta época no puede mirar de frente al tiempo vacío, al espacio detenido para el sabor personal. Este pensamiento es subsidiario del pensamiento nihilista de lo absurdo ante el vacío.
La sociedad ha tenido una mutación juvenil, pensando que nada se tiene que detener, que no se puede fijar a un tiempo o a un lugar. La masa social secunda esa fresca aversión a la parada, al diálogo con las ruinas del tiempo.
¿En qué consiste pues la felicidad, para estas sociedades meteóricas? Pues en arena blanca, cielo azul, agua salada y cuerpos translúcidos, pero bronceados, sin sombra de espíritu y agrediendo o rechazando cualquier elemento distorsionador de realidad que aparezca en nuestro escenario idílico. Es necesario estar en forma, esculpir la carne de una mente insatisfecha, hacer nuestro el eslogan “sudo luego existo”. El alma como repliegue de lo carnal debe ser allanada y acallada por tiempos veloces. La época del cuerpo potente es la época del pensamiento débil y de la insatisfacción plena y el momento más significativo de todo ello son las vacaciones.
Convencidos pero equivocados.
El hombre, al igual que la naturaleza, odia el vacío y no concibe el azar o el devenir sin planificación u organización de mapas conceptuales previos. Así como cree en múltiples supersticiones relativas al dinero o la suerte, de igual forma cree que viajando o gastando va a adquirir la varita mágica del placer perpetuo y el descanso perfecto. Están convencidos plenamente, pero muy equivocados, puesto que los datos que aparecen año tras año del síndrome de la vuelta vacacional, nos demuestran que no se ha conseguido nada de lo planificado, por muy convencido que se haya estado a priori.
Corre en los tiempos meteóricos y tecnificados el prejuicio del prototipo aburrido y conservador hacia aquél que va contracorriente, que plantea unas vacaciones de modo singular, más centradas en la actualización de sí mismo, que en lo oficialmente correcto. A este tipo de virtuosos del tiempo y del dominio del ser, se les denosta como vetustos, carcas y desfasados. Por el contrario, los virtuosos son los que exhiben velocidad, vicio y consumo de lujo frenético, generando no un pensamiento único sino un sentimiento único y anestesiado para la auténtica liberación de la tensión y la carga laboral.
Amigo lector: recuerde que en su vida tendrá ocasión de emprender el único viaje que no le decepcionará, y que quiera o no quiera, tendrá que realizar. Siempre es buen momento para empezar el VIAJE HACIA UNO MISMO.
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